—Tres…Dos…Uno. ¡Duerme! Concéntrate en la respiración, relaja los músculos, siente cómo pesa el aire a tu alrededor y te hunde en el diván. Recuerda que estoy aquí sólo para ayudarte, ¿cómo te sientes, Alice?
—Bien, doctor. Estoy tranquila.
Jason Sullivan, el afamado psiquiatra especialista en hipnosis terapéutica había ayudado a cientos de mujeres maltratadas o que tenían algún tipo de fobia provocada por un pasado oscuro o un trauma reciente.
—De acuerdo, vamos a viajar lentamente hacia la noche de fin de año, ¿recuerdas a qué hora te levantaste ese día?
—No recuerdo la hora, pero era temprano, tenía que preparar varias cosas para llevar a casa de mis padres. Fui de compras, quería un Hacienda Monasterio reserva especial para la cena. “El mejor Ribera del Duero que he probado jamás”, solía decir mi padre. Recuerdo tenerlo en la mano y como se me resbalaba…
De repente, Alice empezó a moverse incómoda en el asiento de la consulta, su respiración se aceleró, hacía aspavientos con sus brazos y emitía una especie de gemidos que desembocaron en gritos mientras el doctor intentaba calmarla.
—¡Sangre! ¡La pared; está sangrando! ¡Está toda cubierta de rojo! No quiero estar aquí, tengo miedo, quiero salir…
—Tranquilízate, Alice; recuerda lo que hablamos, estás aquí porque tú lo has decidido, es por tu bien, no hay peligro, todo está bien. Respira, siente cómo el aire llena tus pulmones…
Hacía ya casi un año de la muerte de su hija y aún no había podido dormir una sola noche del tirón. La culpa y el dolor no la dejaban vivir. Después de aquella noche lluviosa en la que sufrió el fatídico accidente de tráfico, había caído en una depresión profunda de la que no podía salir. El caso es que no recordaba nada de aquella noche, solo que salió de casa de sus padres después de discutir con su marido, levantó a Kate de la cama y se la llevó con ella.
—Vamos a continuar; lo estás haciendo muy bien. Vuelve al treinta y uno de diciembre, estabais en la cena y ¿qué pasó después?
—John había bebido demasiado y no paraba de decir sandeces. De las paredes empezaron a salir… ¿Polillas? —Alice empezó a ponerse nerviosa de nuevo— ¿las ve? ¡Hay muchas polillas en las paredes! ¡Aaah! ¡Ese ruido, están gritando, es insoportable, haga que pare por favor!
El papel que cubría las paredes estaba tiñéndose de rojo de nuevo, pero esta vez los insectos se transformaban en siluetas femeninas, figuras con la cara desencajada de dolor que se desplazaban por toda la pared como los reflejos que proyecta una bola de espejos. Alice quedó paralizada por el pánico. Justo en ese momento una de esas imágenes tomó una forma más nítida frente a ella. —¡Huyeee! ¡Sal de aquí! — le pareció escuchar.
—¡Alice! ¿Estás bien? Pareces algo alterada. Vamos a dejarlo por hoy, a veces el subconsciente nos juega malas pasadas. Pero no te preocupes, voy a darte algo que te va a relajar —dijo a la vez que le inyectaba el líquido de una jeringuilla.
—¿Qué es eso? —Balbuceó mientras se le cerraban los ojos.
Antes de rendirse irremediablemente a la sustancia que le había suministrado, atisbó a ver en la pared una lámina del test de Rorschach. Una mancha de tinta, que podría ser una máscara, una mariposa…o tal vez, una polilla.
—Tres, dos, uno…ya eres mía.

